Saturday, August 8, 2009

N oticias sinceras, mi filtración o mi accidentado nacer en 

tierras incas, Ingapirca, es, fue y será, una novela naciente. 

Desde las primeras visiones de mi vida, capítulos que 

cerré temporalmente, para luego refugiarme en la cuidad de Quito, 

donde crecieron mis anhelos, el horizonte se extendió como un hilo 

de libertad anhelada. 

Todas las mañanas, ya viviendo en el norte de la cuidad, veía 

salir los aviones. Realmente no sabía qué rumbo tomarían, pero 

ya quería tomar un vuelo. Ni siquiera sabía qué necesitaba para 

hacer un viaje, apenas tenía mi cédula de Ecuatoriano. Luego con 

interrogantes supe de la existencia del pasaporte, y como oficio, 

lo único que sabía, era dibujar y pintar, transformar mi mundo. 

Simplemente tengo la incredulidad; no me interesaba. Empecé a 

admirar cada día más las minúsculas cosas del planeta. Tomé los 

mejores ejemplos, las vibraciones, razonando sobre la existencia, 

filosofía, el idealismo de nuestras vidas, la compenetración 

conmigo mismo, dos ríos. Vuelve mi imaginación a mis primeros 

días, los múltiples juegos y mis primeras experiencias dibujando en 

piedras y pencas, con los mismos materiales, rocas o carbón natural. 

Recuerdo las carátulas de fósforos el Diablo. En tiempos de campaña 

dibujaba a Rodrigo Borja y León Febres Cordero. Dibujé mucho. 

La casa de mi abuela también la dibujé, cerca, adobes, escalera, tenía 

dos ventanas, techo de teja, al final una cruz esculpida en metal con 

dos ángeles a sus lados, a sus extremos dos palomas blancas, creo 

yo eran de Cangagua, muy lindos por supuesto, y las palomas reales 

también posaban en su techo. Hoy, son parte de mi memoria y mis 

letras, marcadas en mi mente, que las planteo en mis diferentes 

trabajos artísticos, y llevan la profundidad terrenal del lugar donde 

nací, crecí. Gracias a mi familia y los productos más vitamínicos que 

esta tierra, entre piedras, permitió germinar, alverja, cebada, maíz, 

habas, papas, regadas de agua lluvia, o agua del río Silante, y abono 

orgánico, natural de animales propios que allí crecían. Rara vez veía 

úrea, un producto químico que llegaba allí, los arboles tan verdes, 

y crecieron naturalmente, sí, igual, por caía natural de pepitas, digo 

semillas. Esas armonías que hoy por hoy, hacen vibrar mi alma en 

lo más profundo y recrean como un himno a la vida más íntima, 

y el amor a la multiplicidad, que me colmo de caricias y colores, 

millones de formas, tantos largos recorridos. Al tanto tiempo vine a 

mirar y sentir los ruidos eternos, que están ya marcados en mi vida, 

volví a sentir y los movimientos siguen allí. Esas rocas labradas por 

el río, el sonido, la acústica tiene vida, el ruido de los rieles, cuando 

el tren venía, aún lo tengo, y tal parece que alguna vez lo quiero 

plasmar en mis trabajos como pintor, la lluvia, los relámpagos, mis 

pocas charlas con mis primos y allegados de mi lugar, mis amores, 

y ahora siento que en primer lugar soy Ecuatoriano y más Inca que 

Huayna Capac, y mis enfrentamientos diarios son con la pintura. 

Y lejos de mi provincia, nativo, nativo sigo, nativo allí, solo 

con ideas progresistas y de justicia humana, hoy por hoy, soy un 

nómada aventurero, dividiendo mi tiempo entre U.S.A, México y 

mi patria Ecuador, moderadamente diría cosmopólita, recuerdos, 

no sé si dolorosos, ahora son universales, mis vigilias, dimensiones 

psicológicas. 


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