N oticias sinceras, mi filtración o mi accidentado nacer en
tierras incas, Ingapirca, es, fue y será, una novela naciente.
Desde las primeras visiones de mi vida, capítulos que
cerré temporalmente, para luego refugiarme en la cuidad de Quito,
donde crecieron mis anhelos, el horizonte se extendió como un hilo
de libertad anhelada.
Todas las mañanas, ya viviendo en el norte de la cuidad, veía
salir los aviones. Realmente no sabía qué rumbo tomarían, pero
ya quería tomar un vuelo. Ni siquiera sabía qué necesitaba para
hacer un viaje, apenas tenía mi cédula de Ecuatoriano. Luego con
interrogantes supe de la existencia del pasaporte, y como oficio,
lo único que sabía, era dibujar y pintar, transformar mi mundo.
Simplemente tengo la incredulidad; no me interesaba. Empecé a
admirar cada día más las minúsculas cosas del planeta. Tomé los
mejores ejemplos, las vibraciones, razonando sobre la existencia,
filosofía, el idealismo de nuestras vidas, la compenetración
conmigo mismo, dos ríos. Vuelve mi imaginación a mis primeros
días, los múltiples juegos y mis primeras experiencias dibujando en
piedras y pencas, con los mismos materiales, rocas o carbón natural.
Recuerdo las carátulas de fósforos el Diablo. En tiempos de campaña
dibujaba a Rodrigo Borja y León Febres Cordero. Dibujé mucho.
La casa de mi abuela también la dibujé, cerca, adobes, escalera, tenía
dos ventanas, techo de teja, al final una cruz esculpida en metal con
dos ángeles a sus lados, a sus extremos dos palomas blancas, creo
yo eran de Cangagua, muy lindos por supuesto, y las palomas reales
también posaban en su techo. Hoy, son parte de mi memoria y mis
letras, marcadas en mi mente, que las planteo en mis diferentes
trabajos artísticos, y llevan la profundidad terrenal del lugar donde
nací, crecí. Gracias a mi familia y los productos más vitamínicos que
esta tierra, entre piedras, permitió germinar, alverja, cebada, maíz,
habas, papas, regadas de agua lluvia, o agua del río Silante, y abono
orgánico, natural de animales propios que allí crecían. Rara vez veía
úrea, un producto químico que llegaba allí, los arboles tan verdes,
y crecieron naturalmente, sí, igual, por caía natural de pepitas, digo
semillas. Esas armonías que hoy por hoy, hacen vibrar mi alma en
lo más profundo y recrean como un himno a la vida más íntima,
y el amor a la multiplicidad, que me colmo de caricias y colores,
millones de formas, tantos largos recorridos. Al tanto tiempo vine a
mirar y sentir los ruidos eternos, que están ya marcados en mi vida,
volví a sentir y los movimientos siguen allí. Esas rocas labradas por
el río, el sonido, la acústica tiene vida, el ruido de los rieles, cuando
el tren venía, aún lo tengo, y tal parece que alguna vez lo quiero
plasmar en mis trabajos como pintor, la lluvia, los relámpagos, mis
pocas charlas con mis primos y allegados de mi lugar, mis amores,
y ahora siento que en primer lugar soy Ecuatoriano y más Inca que
Huayna Capac, y mis enfrentamientos diarios son con la pintura.
Y lejos de mi provincia, nativo, nativo sigo, nativo allí, solo
con ideas progresistas y de justicia humana, hoy por hoy, soy un
nómada aventurero, dividiendo mi tiempo entre U.S.A, México y
mi patria Ecuador, moderadamente diría cosmopólita, recuerdos,
no sé si dolorosos, ahora son universales, mis vigilias, dimensiones
psicológicas.
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