Saturday, August 29, 2009

Tierra Mística: América.


Tierra Mística: América.

Por Hernán Zúñiga Albán, julio de 2009.

 

Es un sugestivo nombre que el autor Ángel Mendoza ha elegido para identificar a este conjunto de pinturas ejecutadas con acrílicos o materiales mixtos sobre tela.

Y la verdad es que hacen honor al nombre, si consideramos que el diseño en su contexto general trasunta una energía mestiza que se esmera por inscribirse en las variantes pictóricas del pop art, especialmente de aquellas pinturas que se promueven en las galerías de South Beach de la Florida y en la atmósfera variopinta de artistas decoradores que desarrollan una hibridez estilística, donde sobresale la materia pictórica, antes que el dibujo consumado con precisión académica.  En efecto el trabajo de creación de Ángel Mendoza, tiene un planteamiento “nuclear”. Suele disponer de varios núcleos compositivos que se complementan entre sí formando un contexto significante de gran envergadura y libre albedrío de interpretación temática.

Ejecutado de esta manera su arte, bien podría recordarnos aquellos bordados provincianos que desbordan imaginación - compositiva, o aquellos diseños de incisiones que se desplazan en primorosas cerámicas americanas. Podrían ser coloridos encajes,  o vibrantes tapices con florilegios y espacios míticos. Y en cualquiera de estas expresiones Ángel Mendoza tiene una heredad evidente de artista intuitivo, y casi primitivo en el momento de expresar su universo místico, como el de aquellos hacedores de actos rituales en búsqueda de una plenitud identitaria netamente americana.

“Maravilla oculta” llama Ángel Mendoza a uno de sus trabajos y en realidad en cada uno de ellos se percibe una maravilla develada, por medio de un oficio natural que le permite armar estructuras cromáticas con lineamientos sinuosos de dibujo básico y elemental para soportar vigorosas descargas de color intenso. Precisamente lo más relevante  de su acción pictórica es aquella comunión equilibrada entre el diseño lineal y la mancha de color desplazándose en sugerencia de floraciones, zoomorfas o esquemas de personajes levemente graficados.  La intensidad de su cromática es una fiesta del color, con aquel dramatismo desinhibido con que se expresan las mayorías migrantes, en territorios que le exigen expresarse con propiedad antropológica y pasión latinoamericana.

Es una patética revelación del arte mestizo de signo contemporáneo, que no intenta proclamarse unívoco en su visión inventiva, sino que más bien, se sintoniza en la estela ancestral de nuestros antepasados para presentarse como una alternativa fusión de un arte cosmopolita y metropolitano.

Otra de sus virtudes plásticas, paradójicamente, es la ausencia de signos folclóricos, que suelen degenerarse en “souvenirs”, o sino en objetos plásticos de limitado culto chauvinista.

El lenguaje de Mendoza se conecta con las voces y grafías contemporáneas de las grandes ciudades donde nuestros congéneres se desgastan en la sobrevivencia y en el más descarnado anonimato. Y su acto de pintar es la recreación plástica de las nostalgias, el desarraigo,  y la imperiosa necesidad de decirlo con gritos de colores, en los oscuros silencios de lo global.

Ojalá que en sus afanes de transeúnte que aspira la plenitud del oficio y la claridad del mensaje, sea inspirada cual un chasqui que recibe la posta de las buenas nuevas americanas, que así sea.

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